02 febrero 2007

La muerte como incentivo

A veces cree que el tiempo se alía con los espejos, o mejor dicho, los reflejos.
Un día se mira y ve atrás años y luces, el camino angostándose. Otras veces el reflejo trae en sí la mugre, la desdicha del mortal, la condena finita y su rostro avejentado.
Si El circo no tuviese final, la agonía sería mucho peor, como toda eternidad.
Es cierto que uno no hace nada, es muy probable, cuándo tiene tiempo de sobra. Ese enemigo personal que es la pereza es el que nos trae la muerte en vida. Aquel que teje las telarañas de la dejadez avivando ese circuito al que el hombre es tan vulnerable: la comodidad y la rutina. Sino a qué se debe el contento? Un logro, una perspectiva, una meta y un reloj que corre. La dicha es dicha porque hay un final. Aquel inmortal jamás será feliz. No hay nada que romper.
El extasis de salirse de los engranajes tan sólo viene de la mano de la locura.
Si de todos modos alguien nos va a condenar por algo, yo elegiría que fuese por haber perdido un caramelo del tarro.

O dos.

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