16 enero 2007

Julio Perdido

El problema de Julio es la pereza. Una mente brillante puede dejarse resbalar en oscuridades. Un mínimo atisbo de entusiasmo puede ser salvado sies dada una meritoria ayuda. Pero qué mente brillante querría aceptar ayuda? Julio hablaba de muchas cosas, cuando hablábamos, siempre me decía que sus enemigos eran las hojas en blanco. Como cuando uno sabe que todo puede ser dicho o manifestado, pero tiene que encontrar la manera correcta, o precisa en un momento determinado. La grandeza, el desafío de no caer en plagios ni tampoco rendirse ante el magnánime vacío.
Pero de esas cosas yo no sé nada, más que lo que él me decía, y con un poco de esfuerzo logré entender. Tantos años de angustia, y si usted lo hubierha visto, era un ángel, furioso, famélico, ansioso...
Y de ansias se fue alimentando, muchos años, tanto tiempo, y su rostro que se empañaba cada noche, como una noticia vieja.
Desde el pasillo me hé atrevido a escuchar lo que proveniese de su habitación, alertándome de cada sonido. Yo estoy segura que se drogaba. Se lo veia tan ido, tan apagado. Es de saberse que no pudo con él mismo, ni yo, ni nadie. Su alma grande, angurrienta, pero hueca. Julio no había de saciarse. Entonces su dón más grande era el de querer ser, y de tener las herramientas infaliblales para ser, sin embargo una voluntad carente de persistencia, de fuerza, una voluntad distraída, mediocre, vendida.
Cuánto derroche, si usted supiera.

3 comentarios:

Juan Manuel Bruñol Silvani dijo...

Todos tenemos nuestros momentos de oscuridad.
En dónde la respuestas nunca las encontraremos afuera.
Porque no podemos ver, porque no queremos.
Todos perdemos, día a día. No tenemos elección, aunque así lo querramos.
El desangre no para, no podemos detenerlo.

Pasaba por acá.

Anónimo dijo...

Os congratulaciono, doña. Sus vomitos son mucho muy lindos. Siga así

Anónimo dijo...

Lo recuerdo como si nunca hubiera sucedido; esa fatídica noche. Julio debatiéndose entre el anhelo de ser y el impedimento de poder llegar. Consumiendo sus neuronas junto a su último aliento, supo finalmente qué decir, cómo hacerlo y ante quién. Las palabras y acciones se le amontonaron en una retina, mientras el rabillo de su otro ojo buscaba la hendija de Luz que descansaba bajo la puerta. Apresurado, su cuerpo se incorporó al mismo tiempo que presagiaba su desfallecimiento sobre la alfombra amarilla.
Julio supo qué decir, cómo hacerlo y ante quién. Y así dejó de ser, como nunca fue, queriendo ser y no siendo. Cuánto derroche de anhelos frustrados.