10 julio 2009

Mantel de cocina

Tras una cena abundante que él mismo tuvo que prepararse, toma leche con café y come pepitas.
Su mano con firmeza sujeta la taza, en contraposición a la flaqueza de su entero ser, y le da un sorbo no muy abundante.
El líquido tibio a su boca llega como el mejor de los acompañantes, deslizándose tímidamente por su garganta, mientras deja su mirada en el mantel que compró el otro día en el bazaar.
Uno barato, berreta, para cubrir la mesa de probables e inmediatas agresiones.
Tan cuadriculado el mantel, tan hermético... los rojos perfectos en contraste con los blancos, como si en medio no hubiese otra opción.
De un rojo a un blanco.
Y de un sorbo tímido
                    a la mesa,
y de allí a la bacha,
y luego a la tibieza del agua y del detergente de limón que no parece acabársele.
No hay mas opciones?
Bueno, quizás más tarde unas cucarachas se le unan a la escena y provoquen algún pisotón desesperado. Pero aún así el mantel serguiría tan rojo como blanco, tan lleno de días así en filita, en espera.

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