Recuerdo alguien diciéndome:
“Los faisanes se dejan morir de hambre si su compañero se va”.
Probablemente fue mi viejo, señalando el patio vecino de la calle Irala, donde ya quedaba uno solo, flaco y triste esperando a su otra mitad, o a la muerte.
Hay quienes fuimos enseñados mal y bien en distintas cosas como la de cuidar lo de uno, cuidarse a uno, uno está primero, uno es lo único que importa. Pasa que también hemos quienes, a pesar de eso, queremos ser un par, un siamés, un amor incondicional sin cruce sanguíneo; quienes ponemos primero el pensamiento en la otra mitad, pero guarda que la otra mitad se resquebraja y dice "pará, somos personas distintas, pará esto y aquello, pará, estoy pensando en mis cosas" (mis cosas son esas que no son vos).
Pero otra vez hemos quienes queremos ser uno de a varios, y que mis cosas sean tus cosas, entonces ante el frío del desplante temblamos, y comprendemos que sí somos individuos, individuales y debemos ser inviolables e incontrolables, ininvadibles y libres y hermosos por sí solos.
Y sí, queremos eso también, pero de a pares, latiendo al unísono como tontos, mirando un cielo más grande con cuatro ojos.
Pero otra vez hemos quienes queremos ser uno de a varios, y que mis cosas sean tus cosas, entonces ante el frío del desplante temblamos, y comprendemos que sí somos individuos, individuales y debemos ser inviolables e incontrolables, ininvadibles y libres y hermosos por sí solos.
Y sí, queremos eso también, pero de a pares, latiendo al unísono como tontos, mirando un cielo más grande con cuatro ojos.
Y el agobio? El agobio siempre se presenta, de uno u otro modo.
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