De cabellos monocromáticos, en juego (estaría de más avisarlo) y tez áspera cortezana de corteza, posó su mirada en el amigo lejano:
- ¡Oh Sol que me embadurna de pegote cual tronco eyaculando savia!,- exclamó.
El perro de la vieja estiró la pata delante, y debajo dejó el charco amarillento, que en segundos se desaturó por completo hasta alcanzar el gris mas claro de todos los grises conocidos.
- ¡Oh Sol que me llena de brillo cual mosca que se posa en una rama!; ¡No dejes que el monocromo me absorba!- Movió una rama con el codo, rechinando ésta como una puerta vencida y los ojos de la mujer grisácea, grisáceos miraron el espectáculo de agudos avejentados. - ¡Yo lameré tus brázos mi cercano amigo, mi árbol adorado te lameré hasta que dejes de quejarte!, ¡te traeré el color de mi dios pero no me celes que soy tan tuya como mía!
Una nube bien gorda, prostituta, se posó delante del rey amarillo moviéndose lentamente.
- ¡Atrevida!, ¡atrevida!. ¡Me quitas a mi rey ni bien le doy la nuca!, yo que he de lamer las axilas de nuestro árbol, gris amigo, tengo que soportar el frío de tu presencia. ¡Arpía!
- Señora grisácea, yo me quedo con mi rey que es calor para mí en este instante; ya me voy, ya me esfumo y Él volverá a usted pero desgastado, impuro, insatisfecho por mi fugaz visita. Usted encárguese del gris y vencido, viejo, como usted, viejo, gris, vencido; que yo vuelo y floto y me alimento del brillo, de la luz amarillenta del rey. No se ofenda usted por favor que no es ni parecida mi intención.
- ¡Escapas de tus queridos, arpía!. ¡Ya no me oyes pero mi voz atolondrada viajará con el viento hasta llegar a tus blancos oídos!.
Grisácea y sola se vió recordando el respaldo que la sostenía. El árbol flaco y desganado no quizo contarle su historia sabiendo bien que sus palabras no serían entendidas.
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